La sesión, que se desarrolló en español, congregando a una audiencia interesada en comprender el futuro de Siria tras la caída del régimen de Al Asad, que estuvo en el poder durante décadas, y los principales desafíos que el país enfrentará para garantizar su estabilidad.
Juan Serrat comenzó su intervención destacando las particularidades de Siria dentro de los países de Oriente Próximo. Tras trece años de guerra, el régimen de Bashar al-Asad, que gobernó durante más de cincuenta años, cayó de manera sorpresiva debido a una incursión de milicias rebeldes que se desarrolló en solo once días. Aunque los alauitas (que representan solo el 12% de la población siria) han mantenido el poder, Siria es una nación predominantemente suní (aproximadamente el 75% de su población). El avance de los rebeldes hacia Damasco no encontró gran resistencia, lo que facilitó la toma de la capital y la huida de Bashar Al Asad, quien fue trasladado a Rusia.
Serrat señala que el cambio de orden en Siria ocurre simultáneamente con un cambio global, que lleva al surgimiento de un imperialismo tripolar, con las potencias China, Estados Unidos y Rusia asumiendo un protagonismo más relevante.
Siria, debido a su ubicación estratégica entre Europa, África y Asia, fue un importante centro de comercio, en especial como enclave estratégico en la Ruta de la Seda durante siglos. En la actualidad, Siria alberga alrededor de 23 millones de personas, en su mayoría suníes (alrededor de 18 millones), seguidos por kurdos (3 millones), alauitas, católicos y drusos.
Durante el régimen de Hafez al-Assad (1970-2000), Siria tuvo relaciones complejas con sus vecinos. El país nunca reconoció al Estado de Israel y, por lo tanto, se mantiene en guerra técnicamente con él. Con Líbano, la relación fue igualmente tensa, ya que Siria veía a Líbano como una extensión de su territorio. Durante la guerra entre Irak e Irán, Siria fue el único país árabe que se posicionó del lado iraní, aislándolo de muchos países árabes. Con Turquía, la relación fue algo más estable debido al «neootomanismo» que Turquía practicó para ampliar su influencia en los países sucesores del antiguo Imperio Otomano.
En 1970, Hafez al-Assad, coronel de aviación, dio un golpe de Estado con el apoyo de los alauitas e instauró una dictadura basada en el baazismo, que se mantuvo en el poder hasta 2024. Este movimiento político fue clave en la consolidación de su poder y en la oposición a las iniciativas de paz con Israel. Háfez al-Ásad no aceptó los Acuerdos de Camp David, por esa razón siguen técnicamente en guerra. Kissinger dijo entonces la ya famosa frase “los árabes no pueden hacer la guerra sin Egipto y no pueden lograr la paz sin Siria”.
Hafez al-Asad falleció en 2000 y fue sucedido por su hijo Bashar al-Asad, quien continuó con las políticas autoritarias del régimen. En 2005, el asesinato de Rafiq Hariri, ex primer ministro del Líbano, llevó a la salida de las fuerzas sirias del Líbano tras una fuerte presión internacional que instaba a Siria a aplicar la Resolución 1559 del Consejo de Seguridad. El 5 de mayo de 2005, las Naciones Unidas confirmaron la salida total de todas las fuerzas militares sirias en Líbano, poniendo fin a una ocupación militar que duró 29 años.
A principios de 2011, la Primavera Árabe llegó a Siria con una serie de protestas que exigían reformas políticas y el restablecimiento de los derechos civiles. Esto desembocó en una cruenta guerra civil que arrasó el país y profundizó las tensiones regionales.
Con la caída del régimen de Bashar al-Asad el 8 de diciembre de 2024, Juan Serrat destacó los impactos que este cambio de gobierno tendría sobre Oriente Próximo y las grandes potencias internacionales. En especial, mencionó el rol clave de Israel, la pérdida de influencia de Irán en la región, y los intereses contrapuestos de Estados Unidos y Rusia; este último, hasta entonces, había sido aliado de Al-Asad. Además, apuntó a la creciente influencia de Turquía y Arabia Saudí en la reconstrucción del equilibrio regional.
El embajador Juan Serrat identificó varios desafíos para Siria, entre ellos la unidad nacional. A pesar de la proliferación de milicias en el país, todas parecen aceptar la jefatura de Al Shara, actual líder de las milicias. Otro punto clave es el papel de los kurdos, quienes siguen buscando una autonomía plena en el Kurdistán, con el apoyo de Israel y Estados Unidos, pero en constante oposición de Turquía.
Además, la reconstrucción de la administración y el ejército sirios será fundamental para garantizar la estabilidad. A nivel social, los ciudadanos sirios anhelan estabilidad tras una guerra larga y cruenta, y las milicias tendrán que ser desmovilizadas para lograr una paz duradera.
Siria enfrenta enormes retos en su proceso de reconstrucción política y social, pero también cuenta con oportunidades para redefinir su futuro, influenciado por actores locales e internacionales. La evolución de la situación dependerá de cómo logren integrar a las diferentes facciones y garantizar una representación justa para todos los grupos dentro del país.
Aranzazu Álvarez