Afganistán hoy: impresiones de un viaje

El 16 de diciembre de 2022 INCIPE celebró un nuevo encuentro digital titulado Afganistán hoy: Impresiones de un Viaje, en el que participó como ponente Pilar Requena, reportera internacional y de investigación y directora de “Documentos TV” (RTVE). El evento fue presentado por el secretario general de INCIPE y embajador de España, Manuel Alabart. Tras la ponencia, se celebró una ronda de preguntas moderada por el director de INCIPE, Vicente Garrido, en el que se trataron cuestiones como: el papel de Pakistán en la política talibán; el grado de control talibán de las provincias de influencia iraní, tayika o uzbeka; el grado de cumplimiento de los acuerdos de Doha; las posibilidades de una revolución cívica de la sociedad o la penetración china en el país en términos comerciales y de asesores.

Pilar Requena comenzó su ponencia con una breve reflexión sobre sus impresiones en el que ha sido su primer viaje al país desde la caída de Kabul y la toma del poder por parte de los talibanes. Con el apoyo de fuentes audiovisuales nos dibuja la imagen de una capital llena de vida y actividad, que nada tiene que ver con el anterior gobierno talibán (1996-2001). Ya no se respira en Kabul la sensación de un atentado inminente. Con todo, nos advierte que tales impresiones son solo la superficie de una situación bien distinta, quedando al descubierto cuando uno empieza a indagar. Las circunstancias en las provincias son mucho peores de las que se dan en la capital afgana. Nos encontramos ante una situación humanitaria trágica que de no ser por la presencia de Naciones Unidas sería, en palabras de Pilar, “el mayor de los infiernos”.

Entre los grandes problemas de Afganistán subraya que más del 60% de su población se halla bajo el umbral de la pobreza, incrementando el número de enfermedades como la tuberculosis en una situación sanitaria precaria y con las perspectivas de un invierno que promete ser más duro si cabe que el anterior. La situación de las mujeres en la capital es menos precaria de cómo se la suele describir, si bien no deja de ser grave. Muchas de ellas no llevan burka (ni siquiera hijab, que sí es obligatorio), salvo quizá en la recogida de ayuda humanitaria (algo más motivado por la vergüenza que por la normativa islámica) y algunas caminan solas. Pilar nos relata que los talibanes no están aplicando a rajatabla la vestimenta femenina oficial, un margen que en la capital muchas mujeres utilizan para preservar su anterior libertad. Con todo, en torno al 80%-90% de ellas se encuentran deprimidas ante su cambio de vida, condenadas al ostracismo en los ámbitos laboral y educativo. No obstante, y pese al miedo, en Kabul muchas de ellas trabajan y estudian en la clandestinidad, notándose una gran sororidad, activismo y apoyo entre sí. En otras palabras, una gran inclinación a recuperar su espacio de libertad.

Respecto a la ideología talibán, y apoyándose en la opinión de numerosos analistas, Pilar nos asegura que esta no ha cambiado pese a la cara amable y de apertura por parte de aquellos que sirven de pantalla al exterior. O lo que es lo mismo:  meramente han aprendido la práctica política y dialógica con visitantes internacionales. Tampoco se puede pretender horadar su unidad. Si bien existen diferencias respecto a temas como la educación de las mujeres, su trabajo en ciertos puestos o la implantación de la Sharia, lo que impera es la fidelidad absoluta a la dirigencia talibán de Kandahar. Esta línea dura, que no ha cambiado un ápice respecto a los años 90, vive aislada de los desarrollos que se dan en la capital y en la sociedad afgana. Es cuando uno dialoga con expertos, activistas y personas perseguidas en la clandestinidad, que percibe la realidad de las persecuciones, secuestros y desapariciones. Cualquier concesión se enmarca en clave de su intento por abrir la negociación. El régimen aspira al reconocimiento internacional y a la ayuda económica extranjera que garantice la viabilidad de su situación. No pueden hacer caso omiso a los posos de una sociedad que ha cambiado, y que ahora aspira a una viabilidad económica y de futuro.

Según Requena, nadie desea el retorno al conflicto ni la vuelta al poder de los señores de la guerra. Tampoco lo hacen los talibanes, que ahora disfrutan de un Kabul reconstruido como no lo hicieron la última vez y donde el único enemigo real y violento es el Daesh. La negociación a la que aspiran podría culminar con un gobierno autoritario pero no monolítico, donde los representantes de las diferentes etnias pudieran tener voz. Concluye que los talibanes han llegado para quedarse, sintiéndose cómodos en el poder, aspirando a una descongelación de los fondos del Estado afgano y a un reconocimiento si no de iure al menos de facto de la comunidad internacional. Por último, nos deja con una pregunta: ¿Hasta qué punto será esto posible sin un compromiso real de cambio?

Sofía Provencio