Entre los pilares de nuestra sociedad occidental (sanidad, educación, democracia, etc) el comercio libre es un principio fundamental que hoy se cuestiona en varios frentes, pero principalmente por sus tradicionales adalides como el Reino Unido o los Estados Unidos. Al mismo tiempo, estos desafíos condicionan las relaciones de comercio a nivel internacional por todo el mundo. Al observar los antecedentes de las relaciones comerciales, las exportaciones a nivel mundial crecieron, en relación con el PIB, a un ritmo del 6% desde los años 80 hasta la crisis de 2008. Este período se caracterizó por el crecimiento de mercados emergentes, intensificación de las cadenas de valor y mejoras tecnológicas. Sin embargo, la crisis financiera de 2008 disminuyó la actividad global, favoreció la aparición de mercados en países menos comerciales y la popularización de políticas proteccionistas. Desde entonces, el crecimiento ha mejorado a un ritmo del 3%, lo que supone una pérdida total del 40% en exportaciones desde entonces.
Al mismo tiempo, el estancamiento económico retuvo los avances tecnológicos, las políticas educativas, competencia de mercados, globalización y el Estado del Bienestar. Una reducción mundial en la demanda, que significaba al mismo tiempo el decrecimiento del comercio internacional y un ascenso del proteccionismo: en lugar de legislar hacia una redistribución más equitativa de los beneficios de la globalización, los estados comenzaron a cuestionar los acuerdos multilaterales y a imponer aranceles que habían sido eliminados hacía tiempo.
La Clase Media que había mejorado su situación gracias a los trabajos industriales está sufiendo un proceso de “proletarización”, debido tanto a la globalización como a la revolución tecnológica que sustituye sus empleos, y que general problemas localizados regionalmente (en ciudades cuya población depende demasiado de esas industrias como Detroit o Chicago). Estas situaciones fomentan la aparición de populismo e ideologías políticas extremistas que desestabilizan aún más nuestras sociedades. Paradójicamente en muchos casos, como Suecia, son los sindicatos quienes garantizan el libre comercio, como una forma de preservar sus trabajos y estabilidad.
El proteccionismo no ha aumentado por la crisis económica, per se, sino a causa de la cautela nacionalista y estrategia económica. En el caso de EE.UU. estas políticas comenzaron en la última fase del Gobierno Obama, pero están muy presentes en las negociaciones y ratificaciones de acuerdos ya existentes del Gobierno Trump. En el caso de NAFTA, renombrado USMCA, el Gobierno de EE.UU. se centró especialmente el balance de bienes y el saldo, lo que significa que si la otra parte se beneficia demasiado de un acuerdo los EE.UU. consideran que es a costa de su propia economía. El mismo principio condiciona todas las relaciones EEUU-China, lo que llevó a una guerra comercial en la que ambas partes impusieron aranceles sobre productos específicos para dañar a la economía y exportaciones del otro.
La política de la UE es firmar más acuerdos en todos los frentes: Canadá, México, Singapur, Japón, Corea del Sur, etc. En cuanto a EE.UU., la Administración Trump ha comenzado gravando los coches alemanes; por la parte china, la UE está dividida entre los que quieren imponer políticas más duras y aquellos que querrían seguir un enfoque más pragmático. En cualquier caso, nadie se está preparando para regular el intercambio de bienes en mayor crecimiento: información. Ahora mismo, las redes de datos son más amplias que nunca y continuarán expandiéndose en los años venideros. El mundo está conectado aunque aún hay zonas por ligar, como Oceanía y Latinoamérica. Y en este contexto, los usuarios y naciones necesitan estar protegidos a través de una sólida regulación y acuerdos que se ajusten a cada caso individual. No son buenos tiempos para el multilateralismo.
Sara Soto