Con ocasión del centenario que cumple la fundación de la República de Checoslovaquia, este Desayuno ha brindado la oportunidad de analizar desde un punto de vista histórico la integración de dos pueblos con historias distintas, aunque compartidas en gran medida, y que tras 25 años tras su pacífica separación en la República Checa y la República Eslovaca, siguen conviviendo en una estrecha colaboración.
Los fuertes lazos que unían a los checos con los alemanes y el fuerte colonialismo que experimentaron por parte de los pueblos germánicos han marcado de manera definitiva la motivación por alcanzar su independencia a lo largo de los Siglos XIX y XX. Sin tener prácticamente alternativa a la anexión al Imperio Austrohúngaro, el pueblo checo empezó a experimentar un cambio político y social hacia el autogobierno. Con el nacimiento de Checoslovaquia en 1918, se inició un camino de lucha y reivindicación por esa independencia tan ansiada, y tras la Primera Guerra Mundial, el país vivió una fuerte etapa de transición nacionalista que supuso una mejora sustancial en el ámbito económico, de la educación o de la ciencia.
Por otro lado, la perspectiva eslovaca siempre ha sido bastante diferente. La identidad eslovaca y los deseos nacionalistas nunca han estado presentes como en el caso checo a lo largo del proceso de integración de ambas naciones. De hecho, la inmensa de la ciudadanía eslovaca no fue consciente del fenómeno por el que estaban pasando a ser integrados en la construcción de un nuevo país. El largo y tedioso proceso de integración se alargó durante dos años y la administración fue mucho más complicada que en las regiones de sus vecinos checos. El final de la Primera Guerra Mundial no supuso una época de paz, pues la región se convirtió en un campo de batalla interno; la fuerte presencia e influencia húngara, la posterior Segunda Guerra Mundial y el escaso desarrollo económico de muchas de sus regiones avivaron poco a poco los deseos de separación.
Sin embargo, y a pesar de las divergencias en el proceso de integración de ambos pueblos, el desarrollo general de Checoslovaquia y la cooperación presente desde incluso antes de la Gran Guerra, ha conducido a las dos Repúblicas actuales a mantener una actitud emocional muy similar que aún sigue suponiendo un rol significativo en los intereses comunes y marcan las relaciones entre ambos países. Asimismo, la nostalgia por el pasado que mantuvieron ha sido poco a poco diluida en la nueva perspectiva europea adoptada tras la entrada en la Unión, la cual ha fortalecido en gran medida el papel que juegan estos dos países en el centro del Viejo Continente.
Andrei Rosca