La lógica de la economía es muy diferente a la de la Defensa y la Seguridad, ya que la economía se basa en la cooperación -entre empresas, personas y países-, por eso, responder a los aranceles con otro tipo de represalias económicas es un error, ya que perjudican también al país que las aplica. Y es que, el déficit en la balanza comercial no es un problema per se, sino el síntoma de un déficit de ahorro y de exceso de gasto doméstico. Por eso, para evitar el déficit la solución pasa por equilibrar el presupuesto público y no por reducir el peso del sector exterior en la economía. Además, Estados Unidos puede permitirse mantener un importante déficit comercial, ya que ejerce de banquero mundial y el resto de miembros de la comunidad internacional están dispuestos a financiar su deuda. Así, por ejemplo, China mantiene 1,2 billones de bonos públicos estadounidenses.
Por otro lado, el déficit comercial no se traduce en una pérdida de empleos estadounidense. Y es que en el gigante americano el desempleo se mantiene en niveles muy bajos –en torno al 3%-. Por eso, para legitimar su política proteccionista, la administración Trump trata de relacionar y justificar los aranceles haciendo referencia a un término difuso con gran aceptación en el público del otro lado del Atlántico: Seguridad Nacional. Además, el comercio internacional no se articula como un póker o de suma cero en el que uno gana y otros salen perjudicados, sino que es una relación beneficiosa para todas las partes. Así, la lógica del libre comercio indica que los países pequeños pueden vender sus productos a los grandes, los consumidores se ven beneficiados por la gran variedad de la oferta, la competencia fomenta la competitividad y la reducción de los márgenes intermedios redundan en la prosperidad.
Sin embargo, los más beneficiados de las políticas proteccionistas son las empresas menos competitivas, que presionan al gobierno para que este adopte las medidas que más les favorecen, creándose una asimetría entre los productores y los consumidores que, en última instancia, provoca perjuicios al eslabón más débil: los compradores con menor renta.
Así, si los socios comerciales de Estados Unidos –sobre todo la Unión Europea- iniciasen un camino de represalias, el riesgo de una implosión del comercio internacional similar a la provocada por el crack del 29, es una posibilidad muy real. Por eso, la respuesta más inteligente pasaría por la liberalización completa del comercio exterior de la UE. Y es que los costes y las barreras arancelarias se reducirían y el beneficio de estas medidas recaería sobre los consumidores.
Pablo Blanco