Desde el inicio de las revueltas árabes, el terrorismo yihadista ha adquirido un protagonismo renovado, incorporando nuevos actores y métodos que rompen con las estrategias tradicionales. Un ejemplo evidente es el Frente Al-Nusra, fundado en enero de 2012 en el contexto de la Guerra Civil Siria y estrechamente vinculado a Al Qaeda. Activo en Siria pero no en Irak, Al-Nusra ha centralizado los esfuerzos yihadistas contra el régimen de Damasco y ha lanzado ofensivas en el Líbano dirigidas contra la comunidad chií. Este grupo, sin embargo, se encuentra enfrentado al Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS), liderado por Abu Bakr al-Baghdadi. La disputa entre ambos llevó a Ayman al-Zawahiri, líder de Al Qaeda, a exigir el cese de hostilidades internas para evitar distracciones de sus objetivos principales.
Actualmente, el Estado Islámico es el grupo yihadista más poderoso y su líder, al-Baghdadi, ha desafiado incluso el liderazgo de al-Zawahiri, calificándolo de apóstata. A pesar de contar con solo unos 12.000 efectivos, el ISIS ha logrado hacer retroceder a las fuerzas de seguridad iraquíes entrenadas por Estados Unidos, demostrando una sorprendente eficacia en combate. Su capacidad de reclutamiento es notable, atrayendo a combatientes tanto del mundo musulmán como de Occidente, donde se estima que unos 3.000 ciudadanos occidentales se han unido a sus filas. En cuanto a su financiación, ISIS recibe fondos de donantes privados en países del Golfo y de líderes tribales suníes iraquíes descontentos con el entonces primer ministro chií, Nuri al-Maliki. Además, durante sus campañas, el grupo ha capturado armamento avanzado, depósitos bancarios y yacimientos petrolíferos.
La situación del Gobierno de Irak es crítica. Tras las elecciones del 30 de marzo de 2014, la coalición chií «Estado de Derecho», liderada por al-Maliki, ganó sin obtener la mayoría necesaria, obligándolo a formar un gobierno de coalición. Tres meses después, la insurgencia avanzó rápidamente, tomando amplios territorios suníes con poca o ninguna resistencia de las fuerzas de seguridad iraquíes. El 10 de junio, Mosul, ciudad de 800.000 habitantes y capital del norte del país, cayó bajo control de ISIS.
El 29 de junio, ISIS proclamó la creación de un Califato y designó a al-Baghdadi como su líder, el nuevo «Califa». Este «Estado Islámico», despojado de las referencias a Irak y Levante, exige lealtad al Califa de todos los musulmanes y tiene como objetivo declarado la eliminación de cualquier «impureza» en el Islam. La proclamación del Califato no solo agudiza la división entre suníes y chiíes, sino que intensifica la persecución de estos últimos, demonizados como enemigos. El 4 de julio, en la Gran Mezquita de Mosul, al-Baghdadi pronunció un sermón oficializando su cruzada contra los «infieles».
Este conflicto trasciende a Irak y afecta a todo Oriente Medio. Más allá de la rivalidad histórica entre suníes y chiíes, liderados respectivamente por Arabia Saudí e Irán, factores como el extremismo y la lucha por el control de recursos energéticos desempeñan un papel crucial. Las acciones y objetivos de los diversos grupos terroristas de la región evidencian el error de cálculo y la ingenuidad de Occidente al interpretar los eventos de la mal llamada Primavera Árabe.
Aranzazu Álvarez