Uno de los principales desafíos que enfrenta Oriente Medio es la reconfiguración de las entidades estatales surgidas en la primera mitad del siglo XX, un proceso que sigue siendo fuente de conflictos y tensiones. En este contexto, la resolución del conflicto en Siria podría convertirse en un referente paradigmático.
En Siria, se condensan muchos de los elementos comunes que afectan a toda la región, como la influencia política de las minorías étnicas y el control de las instituciones por parte de un régimen, el alauí, que no representa a la mayoría de la población. Sin embargo, este régimen tampoco está respaldado exclusivamente por esa minoría. La alianza de Bashar al-Assad con la burguesía suní es una cuestión clave, a menudo olvidada en los análisis. A esto se suman las intervenciones de actores externos, como Irán y Arabia Saudí, que defienden intereses geoestratégicos, lo que ha llevado a muchos a prever un posible nuevo reparto territorial del poder político en Siria.
Este contexto está desafiando viejos paradigmas, como los acuerdos Sykes-Picot, lo que podría implicar una revisión de las fronteras actuales. En este sentido, Siria podría ser el detonante que dé forma o desestabilice los nuevos mapas geopolíticos de la región.
Otros factores transformadores de Oriente Medio incluyen la ascensión del Islam político y lo que se ha denominado la “demografía conflictiva”. El Islam político ha emergido de la mano de las primaveras árabes, como lo demuestran las victorias de los Hermanos Musulmanes en Egipto, Ennahda en Túnez o el Partido Justicia y Desarrollo en Marruecos. Algunos de estos países se encuentran inmersos en un proceso de transición, un periodo en el que las líneas de futuro aún están por definir. La gran interrogante es si la entrada de estos movimientos en las instituciones políticas impulsará un mayor radicalismo o, por el contrario, promoverá la aceptación del juego político en toda su complejidad. Esta cuestión resulta particularmente compleja, considerando otros factores decisivos de la región, como su “demografía conflictiva”, con un 60% de la población menor de 25 años, en plena búsqueda de una identidad propia.
Desde el estallido revolucionario en Túnez a finales de 2010, el sectarismo ha aumentado, favoreciendo la creación de dos ejes geopolíticos. El primero, suní, que se extiende desde Túnez hasta Turquía, pasando por Catar (una potencia emergente en la región frente a la hegemonía tradicional de Arabia Saudí), y el segundo, chií, que va de Irán a Pakistán, incluyendo Líbano. En este contexto, uno de los enfoques clave en los análisis actuales sobre la región es interpretar los recientes acontecimientos políticos y sociales de Oriente Medio como el resultado de la creciente tensión geopolítica entre estos dos ejes. También existe la opción de considerar que estas tensiones geopolíticas son una consecuencia de los conflictos políticos y sociales ya existentes en la región.
El debate posterior a la ponencia abordó una serie de cuestiones relevantes, como la posición de Irán, un país marcado por las mismas fracturas tectónicas de la región y con una significativa influencia de las minorías; el papel de Estados Unidos y Rusia en la región; y la participación de España en la misión de la ONU en Líbano (FINUL), entre otros temas de gran relevancia.
Aranzazu Álvarez