El embajador Bregolat comienza su ponencia con una observación: “por muy férrea que sea una dictadura, y por muy brutal que sea -como lo fue la de Mao-, siempre hay gente en los escalones superiores del poder que piensan por su cuenta, que sacan sus propias conclusiones y que si la ocasión se presenta, cambian todo”. Para Bregolat, en el contexto chino, esa persona es Deng Xiaoping. Deng planteó la necesidad de introducir mecanismos de mercado en la economía china como vía para evitar que el partido comunista chino perdiera su legitimidad entre la población por un lado, y que las potencias occidentales sometiesen al país a otro siglo de humillación, por otro. De esta forma, en vez de continuar con el intento de construir la utopía igualitaria como sí hizo Mao, se dedicó a construir una economía hibrida entre mercado y Estado, en la que el equilibrio de poder entre los dos actores principales lleva siendo objetivo de debate desde que se formuló, pero que, según uno de los mayores economistas se basa en «el predominio de la propiedad pública, coexistiendo con otras formas de propiedad, con pleno juego de mercado y el plan como guía».
Hoy en día, recuerda Bregolat, “el sector publico consiste en aproximadamente un centenar de grandes empresas estatales, que producen un tercio del PIB, mientras que los otros dos tercios están en manos del sector privado” una situación que continua teniendo detractores, partidarios de un mayor protagonismo del sector estatal.
En cualquier caso, el resultado de estas reformas económicas es de un éxito sin precedentes. China ha supuesto un hito histórico en la capacidad de desarrollo económico, al pasar de representar el 6% del PIB de Estados Unidos, a dos tercios en la actualizad y sin tener en cuenta las cifras del 2020, que son más favorables aún para el gigante asiático, convirtiéndole en una amenaza para el resto del mundo en general, y para Estados Unidos especialmente.
No obstante, China también cuenta con problemas que afectan a su economía. Una demografía envejecida, desigualdades económicas, una creciente deuda pública, corrupción política o la degradación medioambiental son alguno de ellos. De esta forma y en torno a la recomendación de no infravalorar la capacidad del mandarinato, Bregolat plantea si, quizás, el aumento de la complejidad social derivada de su propio éxito como Estado puede mermar la capacidad de respuesta del partido, al quedar por debajo de este.
Ya en el año 1986 se intentó una separación entre la dirección del partido comunista y el Estado Chino. Una separación que, tras los sucesos de la plaza de Tiananmén se congeló, frenado así, según la perspectiva occidental, la reforma política en el país. Bregolat recuerda, en este sentido, que “mirar a China con las gafas occidentales es un error” y que sí se han producido reformas políticas en el país, pero en torno a lo que ellos llaman perfeccionamiento de la democracia socialista. En cualquier caso, concluye el embajador, China y occidente están obligados a acomodarse mutuamente, y es que “es la cooperación y no la confrontación entre ambos, lo que se necesita para que el mundo vaya a mejor”.
Sofía Alfayate