La sesión se desarrolló en español y reunió a una audiencia interesada en comprender la compleja relación entre la seguridad en el Sahel y en Europa. Aunque en la actualidad el foco informativo está en otras regiones debido a la guerra en Gaza y al conflicto entre Rusia y Ucrania, no se debe perder de vista la estrecha conexión entre la seguridad en el Sahel y la del continente europeo: si no hay seguridad en el Sahel, tampoco la habrá en Europa.
Losada comenzó su análisis del Sahel abordándolo desde tres dimensiones clave: geográfica, institucional y geoestratégica.
- Geográfica: El Sahel se extiende desde el Atlántico hasta el Mar Rojo, separando el norte de África sahariana del África «verde». Es una región habitada por diversas comunidades, históricamente caracterizada como una zona de tránsito.
- Institucional: A lo largo del tiempo, se han creado diversas organizaciones e instituciones para abordar los desafíos de la región. Desde una perspectiva geográfica, el río Níger forma un bucle que desemboca en Nigeria, en cuya cuenca han existido grandes civilizaciones, muchas de ellas ignoradas o subestimadas en Europa. En esta región destacan cinco países fundamentales: Malí, Burkina Faso, Níger, Chad y Mauritania, todos ellos herederos de la descolonización francesa. Con el impulso de la Unión Europea, se creó el G5 Sahel, una organización que ha perdido relevancia tras la alianza de algunos de estos países con Rusia. En su lugar, han formado la Alianza de los Estados del Sahel.
- Geoestratégica: La crisis en Libia fue el principal detonante de la actual inestabilidad en la región. Los dirigentes africanos acusan a la Unión Europea y a la OTAN de haber desestabilizado la zona con su intervención en Libia. A esto se suma la crisis en Nigeria con Boko Haram, que ha agravado aún más la situación. Además, otros actores han contribuido a la expansión del yihadismo en la región. Entre los principales países e instituciones con influencia directa en el Sahel se encuentran el Magreb, Irán, los países del Golfo, Rusia, Ucrania, la CEAO (Comunidad Económica de los Estados de África Occidental), la Unión Europea y la OTAN.
Tras abordar las tres dimensiones clave sobre las que se cimienta la región, Ángel Losada planteó la cuestión: ¿cuáles son las amenazas en el Sahel?
Crisis de gobernanza
La gobernanza en la región del Sahel es extremadamente frágil, con una creciente inestabilidad política que afecta a varios de sus países. En particular, tres de los cinco países clave han experimentado golpes de Estado en los últimos años, lo que refleja la vulnerabilidad de sus sistemas políticos.. Esta inestabilidad, alimentada por la falta de estructuras sólidas, ha generado un ciclo de violencia, malestar social y desconfianza en las instituciones, fomentando a su vez el avance de grupos extremistas. La ausencia de un liderazgo estable, junto con las dificultades económicas y sociales, ha profundizado la crisis de gobernanza, contribuyendo a la creciente influencia de actores externos que aprovechan el descontento para reforzar su presencia en la región.
Mali es el eje y epicentro de la crisis en el Sahel. Todo comenzó en este país, y la paz en la región depende de la estabilidad en Mali. En 2012, la rebelión tuareg provocó que pequeños grupos yihadistas, que anteriormente eran minoritarios, se aliaran con los separatistas tuareg para declarar la independencia del norte, formando la región de Azawad y tomando la ciudad de Tombuctú. El gobierno maliense, ante la gravedad de la situación, solicitó ayuda internacional, y Francia intervino con la operación Serval. Se inició un proceso de paz con una fuerte implicación de la Unión Europea, que incluyó un comité de seguimiento para asegurar su cumplimiento. Este proceso también contemplaba la reestructuración de las fuerzas de seguridad y la implementación de una mayor autonomía para el norte. Aunque el presidente fue elegido en dos ocasiones, la falta de cambios sustantivos y la insatisfacción de la población provocaron un golpe de Estado. El primero, en 2020, no fue abiertamente anti-occidental, pero el segundo, en 2021, sí lo fue, con el apoyo del grupo Wagner. En ese momento, la Unión Europea expresó que Mali debía elegir entre su gobierno militar y la presencia de las fuerzas europeas. Como consecuencia, el país optó por salir del G5S y expulsó a las fuerzas francesas. Esta decisión contribuyó a una dinámica de creciente inestabilidad en la región, que se extendió a otros países como Chad. En Chad, el asesinato del jefe de Estado también tuvo un impacto profundo en la situación del Sahel. En respuesta, los chadianos expulsaron a las tropas francesas, intensificando la percepción de una oposición creciente a Occidente en la región.
Burkina Faso sufrió dos golpes de Estado en un corto período de tiempo, siendo el segundo, en 2022, un golpe más explícitamente anti-occidental. Los líderes militares que tomaron el poder denunciaron la ineficacia de las políticas de seguridad y el fracaso en la lucha contra los grupos yihadistas. Tras el golpe, Burkina Faso comenzó a distanciarse de las alianzas tradicionales con Occidente y a buscar relaciones más cercanas con actores como Rusia.
Níger experimentó una transición pacífica de un jefe de Estado civil a otro, pero también sufrió un golpe de Estado en 2023, respaldado por grupos cercanos a Rusia. Durante este golpe, las autoridades militares expulsaron no solo a los franceses, sino también a los estadounidenses. La creciente influencia del grupo Wagner, ha provocado que varios países del Sahel se desilusionen con las potencias occidentales. Níger, que había sido un aliado importante en la lucha contra el terrorismo.
Mauritania ha experimentado una enorme presión migratoria, con grandes campos de refugiados provenientes de la región del Sahel. Mauritania se encuentra en una situación delicada, ya que, aunque su presidente es pro-occidental, es también una sociedad islámica con un fuerte rechazo al colonialismo, un sentimiento compartido por muchas partes de África. También enfrenta desafíos internos derivados de las tensiones políticas y sociales, lo que podría generar oportunidades para la inestabilidad externa.
El oxígeno del terrorismo es el vacío del estado, señala Ángel Losada. Vacío que los grupos yihadistas han sabido aprovechar, utilizando las luchas ancestrales y la inestabilidad para generar caos e instalarse en la región del Sahel. En este contexto, el grupo Wagner está jugando un papel crucial, interviniendo activamente y ampliando su influencia. Mientras tanto, Occidente, representado principalmente por la Unión Europea, está perdiendo terreno, especialmente tras la creciente desilusión de los países del Sahel con sus políticas. La situación se complica por un fenómeno demográfico: la población de la región, en su mayoría muy joven, está en constante crecimiento, lo que plantea un desafío enorme para el futuro. Si no se proporcionan medios de desarrollo, esta población buscará salir hacia Europa, lo que podría agudizar las crisis migratorias.
El Sahel también atraviesa una grave crisis humanitaria. Países como Mauritania, que acoge a una gran cantidad de refugiados, enfrentan una presión migratoria masiva, lo que afecta directamente a Europa, en particular a países como España. La respuesta europea, aunque pionera al abordar la crisis desde 2011 con una estrategia de seguridad y desarrollo, ha sido insuficiente. Las misiones de formación y las políticas de seguridad han sido ineficaces, y la falta de un compromiso sólido ha generado un distanciamiento de la región de Occidente. Este distanciamiento ha sido aprovechado por países como Rusia, que ha conseguido no solo influir en los gobiernos locales, sino posicionarse como un actor clave en la región, alimentando un discurso antioccidental que cala hondo en muchas naciones del Sahel. Este intervencionismo no solo responde a intereses geopolíticos, sino también a intereses económicos, dada la abundancia de recursos naturales en el Sahel como el oro y las tierras raras.
China con un enfoque principalmente económico, ha alcanzado acuerdos clave como el de la explotación de uranio en Níger, un recurso vital para el desarrollo de la energía nuclear. Irán también ha mostrado su interés por asegurar el control sobre los recursos estratégicos como el uranio en la región. La presencia de estos nuevos actores ha transformado aún más la dinámica en el Sahel, donde Occidente ha sido desplazado y reemplazado por potencias que, si bien tienen intereses en los recursos naturales, también se benefician de la creciente inestabilidad.
La solución a esta crisis es compleja. En primer lugar, es esencial reconocer que el discurso anticolonialista y antioccidental se ha convertido en una narrativa dominante en la región. Sin embargo, la imposición de un sistema democrático occidental en países como Malí, sin tener en cuenta su historia y cultura, no ha dado resultado. Las tradiciones locales, el poder de los ancianos y la estructura social deben ser respetados, y el concepto de democracia debe ser adaptado a las realidades de cada país. Además, el pasado colonial sigue dejando cicatrices, por ello España tiene una oportunidad única de aportar una perspectiva diferente.
La Unión Europea debe coordinarse de manera más eficaz, superando sus divisiones internas y colaborando de manera coherente con otros actores internacionales. Finalmente, la clave está en el principio de apropiación: las políticas aplicadas deben ser vistas como propias por las comunidades locales para ser sostenibles. El Sahel necesita liderar su propio futuro, con el apoyo de Occidente, pero no a través de intervenciones externas, sino trabajando juntos.
Ángel Losada concluyó su intervención citando a Federica Mogherini: «No hay que trabajar para África, hay que trabajar con África».