El control de las fuentes de producción y distribución de alimentos ha sido un sector destacado en la fase de planificación de los conflictos armados. Su uso estratégico por las partes involucradas crea graves crisis de hambruna, llegando a provocar que el 80% de los niños afectados por el hambre en el mundo residan en países en conflicto. El trabajo del Programa Mundial de Alimentos (PMA) se enmarca en los programas de asistencia y socorro de la ONU. Su misión principal es la de proveer alimentos a grupos de personas en riesgo de hambre que pueden incluir a refugiados o a personas desplazadas, pero también se extiende a zonas de extrema pobreza que no caben en las categorías anteriores. Las guerras destruyen, entre muchos otros ámbitos, el sustento y los mercados provocando inflaciones, por lo que el PMA hace estudios de la situación en los diversos territorios para establecer sus propias cadenas de suministro de alimentos a la población, y en ocasiones distribución de dinero efectivo a los afectados para mantener la producción en el propio país.
El PMA colabora con las diferentes partes implicadas en cada conflicto, incluyendo gobiernos, milicias y otras organizaciones internacionales y civiles, para poder establecer esas cadenas de suministro, que funcionan tanto por tierra como por aire. Del total del presupuesto del programa (unos 6/7 billones de dólares), un 40% se destina exclusivamente a la región de Oriente Próximo (en la que la PMA ha estado presente desde hace unos 20 años), especialmente a Siria y Yemen. La importancia estratégica del control de alimentos para la guerra, teniendo en cuenta que el hambre y la enfermedad matan a cuatro veces más personas que la violencia directa, ha llevado a la ONU a reconocer la crucial importancia para la comunidad internacional del derecho a la comida, y la consideración del bloqueo de acceso a los alimentos como un crimen de guerra.
Sara Soto